En Europa, la región del mundo en la que me encuentro, en el plazo de treinta años (entre 1914-1945) hubo dos guerras mundiales que causaron setenta y ocho millones de muertos y al menos un horrible genocidio, el genocidio armenio; en el transcurso de ochenta años se cometieron otros dos genocidios horribles y conocidos, uno cometido contra los judíos por los nazis alemanes y sus aliados (croatas, húngaros, búlgaros, etc.) entre 1941 y 1945 y el otro cometido por Israel contra el pueblo palestino desde 1948 hasta nuestros días. ¿Es esto la civilización judeocristiana occidental? Lo es, y todo comenzó mucho antes y de una manera igualmente horrible. Por supuesto, eso no es todo. Es esto y su opuesto. Basta un ejemplo particularmente dramático de esta contradicción. La abolición de la esclavitud tuvo lugar en Francia en 1794, en el período más radical de la Revolución Francesa (el período jacobino entre junio de 1793 y julio de 1794), es decir, en el período de mayor violencia política contra los "enemigos de la revolución" y los "agentes extranjeros" y de mayor actividad de la guillotina. Robespierre, considerado durante mucho tiempo la máxima autoridad moral de la Revolución, terminó su carrera como asesino hasta que él mismo fue asesinado.
Los pueblos que fueron colonizados por los europeos conocen esta historia desde el siglo XVI, al igual que los judíos de Lisboa que fueron asesinados en el pogromo o Masacre de Pascua de 1506. Las soluciones finales de los pueblos indígenas de las Américas, de los pueblos de Argelia bajo el dominio francés (825.000 argelinos asesinados desde 1830), del pueblo herero de la actual Namibia a manos de los colonizadores alemanes, de los pueblos que habitaron la colonia del Congo (más tarde el Congo Belga), son sólo algunos de los actos más dramáticamente bárbaros de una civilización que basó su legitimidad en las ideas de igualdad, la libertad, la fraternidad, la soberanía popular, los derechos humanos, el nacionalismo, el laicismo, la democracia, el liberalismo, el individualismo, el ordenamiento racional del mundo y de la vida, el progreso, la modernidad como ideal de vida burguesa, hostil a los extremismos, el control civil del poder militar.
Es importante señalar que estas ideas, lejos de ser puras trampas para engañar a los incautos, han sido genuinamente adoptadas y seguidas por muchos y a veces con resultados que honran a la humanidad. Pero es igualmente importante tener en cuenta que se han aplicado de manera muy selectiva, que se han interpretado y combinado de las más diversas maneras, y que han coexistido con un cinismo asombroso con ideas contrarias. La norma y la excepción eran la regla, al igual que la distancia entre la teoría y la práctica, y la coexistencia entre la paz y la guerra, la ley y la impunidad, la igualdad entre los pueblos y los pueblos elegidos, la víctima perfecta se convierte en el asesino perfecto. Por encima de todo, estaba la inminente marcha de la coexistencia humana hacia la furia caníbal y el sacrificio humano.
No me importa si esto ha sido siempre así en todas las civilizaciones, ni pretendo sacar conclusiones especulativas sobre la naturaleza humana. Sólo sé que desde el siglo XVI se ha establecido una forma relativamente nueva de enfrentar la vida con la muerte, la racionalidad con el horror irracional. Sería largo dar una explicación. Por ahora, quiero intentar ponerme en la piel de quienes están organizando el genocidio más grotesco y repugnante, el Estado de Israel. No para condenarlo, porque lo he hecho en múltiples ocasiones, sino para especular sobre su futuro y sobre la base de lo que muchos israelíes puedan estar pensando.
En su forma actual, el Estado de Israel es un anacronismo histórico. Es un Estado colonial y de colonialismo de asentamiento, es decir, caracterizado por la ocupación territorial de un territorio extranjero (Palestina) y la sustitución y/o eliminación de toda o una parte de la población nativa. El colonialismo tradicional de metrópoli casi desapareció tras la independencia de las colonias africanas en el siglo pasado. Quedan algunos vestigios, por ejemplo, la ocupación colonial marroquí sobre el pueblo saharaui. Pero Israel es ahora el caso más destacado y, con mucho, el más violento. Ahora bien, si la historia nos sirve de algo, sirve para advertirnos que el colonialismo histórico terminará algún día, porque esa ha sido la tendencia histórica. Esto sugiere que un día Palestina será libre e independiente y que quienes son llamados los terroristas de hoy serán los héroes de mañana, y que habrá calles y estatuas con sus nombres, y que los libros de texto escolares contarán la historia heroica de aquellos hombres y mujeres que dieron su vida por la liberación de su país. Ante esto, los israelitas entran en pánico.
En una carta fechada el 4 de septiembre de 1870, Friedrich Engels escribió sobre el "Reinado del Terror" durante la Revolución Francesa (1793-1794): "Pensamos que es el reinado de personas que inspiran terror; más bien, es el reinado de personas que están aterrorizadas. El terror consiste principalmente en crueldades inútiles perpetradas por personas asustadas para tranquilizarse". La intención de exterminar a los palestinos se ha convertido en la razón de ser del Estado de Israel. Como saben que nunca tendrán éxito, temen con razón que el Estado de Israel se convierta en el Estado más peligroso del mundo. Los israelíes están entrando en pánico, y el pánico justifica las atrocidades más extremas e irracionales. Incluso están poseídos por un instinto genocida que se extiende a algunos judíos fuera de Israel.
Ante este peligro inminente, sospecho incluso que a partir de ahora comenzará un éxodo por goteo. Y aquí radica la gran perversión de la modernidad eurocéntrica. El sionismo fue un movimiento nacionalista, que no representaba ni representa al judaísmo—mismo porque hoy muchos sionistas no son judios, el sionismo cristiano, con objetivos religiosos y políticos (extrema-derecha) propios— que pretendía ante todo dar a los judíos su propio territorio, donde se sintieran protegidos de las crueles persecuciones de las que habían sido víctimas a lo largo de la historia a pesar de (o quizás por) ser el pueblo elegido. Pero tuvo que adoptar la vía del colonialismo de asentamiento y la lógica de la eliminación del nativo que todavía hoy perdura. Y el destino mítico del pueblo elegido es ser atacado por todos y tener la legitimidad para atacar a todos.
El dolor de los palestinos es el dolor de hoy, el dolor de los israelíes es el dolor de mañana. James Baldwin escribió de forma elocuentemente: "Imagino que una de las razones por las que la gente insiste en odiar es porque se da cuenta de que, una vez que el odio se haya desvanecido, tendrá que enfrentarse al dolor". Ese inmenso dolor que recorre el cuerpo colectivo de los israelíes y de todos los judíos que han abrazado la causa sionista. El genocidio que los israelíes están cometiendo en Gaza denota un pánico paranoico en el que sólo la sangre del enemigo alivia el dolor y purifica el alma. El delirio radica en sentir que sólo matando a quienes podrían salvarles (una vida de convivencia pacífica con los vecinos) podrán salvarse. Es el suicidio en forma de asesinato.
Frente a esto, todos aquellos que, como yo, siempre han defendido las causas judías y han luchado contra los antisemitas, se encuentran en la difícil situación de tener que imaginar propuestas que no pueden ser comprendidas por quienes se encuentran en un estado de pánico delirante. Sin embargo, pueden ser discutidas por quienes las seguirán, ya que los asesinos políticos suelen sufrir el destino que impusieron cruelmente a los demás. En primer lugar, todo indica que el ciclo histórico del sionismo ha llegado a su fin. Y como nos recuerda la mayor coalición de la sociedad civil palestina, el BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones), lo primero, además de poner fin al genocidio actual en Gaza, es que se cumplan tres puntos mínimos reconocidos en el derecho internacional: fin de la ocupación, fin del apartheid y derecho al retorno de la población palestina refugiada. Tras ello, y ante todo esto, sólo hay dos soluciones imaginables. La primera, y la más deseable, es la creación de un único Estado intercultural y plurinacional en Palestina-Israel en el que judíos israelíes –el colectivo privilegiado por el sistema de apartheid imperante– y palestinos convivan en paz y con derechos iguales y horizontalmente diferenciados. A veces habrá tensiones por la gobernanza, como las que suelen producirse entre flamencos y valones en Bélgica o entre blancos y no blancos en Sudáfrica. No será fácil, pero será mucho menos horrible que el genocidio que estamos viendo estas semanas. De ello se deduce que, tras 75 años de fracaso, la solución de los dos Estados no sólo no es posible, sino que siempre ha sido injusta.
La segunda solución es que Europa (a la que ahora se une Estados Unidos) expíe y repare, aunque sea tardíamente, su crimen. Se trata de cumplir con el deber que no quiso cumplir en 1933-1936 a la hora de acoger a los judíos que Hitler quería expulsar de Alemania. Al igual que hay que acoger a las y los descendientes de los moriscos expulsados, y de cualquier persona migrante por cualquier motivo, hay que acoger a los judíos de un modo que corresponda a la expiación de Europa por el horrendo crimen de haber perpetrado o consentido el Holocausto. Sería una doble justicia histórica, tanto para los judíos como para los palestinos a los que una Europa todavía imperial impuso el coste y la pena del crimen que ella había cometido. Los portugueses y los españoles desempeñarían un papel especial en este retorno, ya que fueron de los primeros en privarse del talento de los judíos y cristianos-nuevos víctimas de la Inquisición. Sería una magnífica revolución en la filosofía y la política portuguesas poder reivindicar a Espinosa como fundador de la filosofía y la política portuguesas modernas, ¡y aprovechar las consecuencias!
Aparte de estas dos soluciones, no veo otra forma de defender esta parte del mundo de un nuevo ciclo de fascismo. De hecho, hasta un ministro israelí de actual gobierno de Benjamin Netanyahu, Bezalel Smotrich, declaró el pasado mes de enero que era un “fascista homófobo”. Me resuenan las palabras de Primo Levi: cada época tiene su fascismo. En la nuestra, sólo no lo ven quienes no quieren verlo.
Traducción de Bryan Vargas Reyes